lunes, 16 de junio de 2014

RECUERDOS DE MI NIÑEZ




Día a día y cada vez más recuerdo mi niñez como la etapa más feliz de mi vida.
Nací en una pequeña aldea de las tierras de Caldelas, en la provincia de Orense, en el seno de una familia formada por mis inolvidables padres, mi tio Gabino (soltero), hermano de mi padre y mi hermana Josefina, diez años mayor que yo.
La Guerra Civil había terminado, los que habían sido obligados a ir a los frentes de la guerra y habían tenido la suerte de subsistir habían vuelto a sus casas. Los emigrantes transoceánicos habían regresado casi todos. Las casas estaban llenas de gente.
Recuerdo la casa en donde nací, con los techos y tejado muy bajos, tenía cuatro habitaciones y una lareira grande. Sobre esta casa y el "pendello" (gran patio interior) construyó mi padre y mi tío Gabino la actual. En aquella lareira y al lado de una gran lumbre, se reunían en invierno la mayoría de los vecinos que venían a departir sus vivencias presentes y pasadas; las historias de la mili, de la guerra, de lobos y la presencia de los huidos (maquis) en la zona, eran los temas más relevantes, muchos de los cuales quedaron grabados en mi mente.
Nuestro perro, de nombre Sultan, era un gran mastín del que presumía mi tío Gabino. Era un gran guardián de la casa y un seguro acompañante, luchaba y peleaba con los lobos y salía victorioso de todos los trances.
El párroco D. Pedro, un dominico palentino, decían que por progresista fue destinado a mí pueblo, buen amigo de mi padre, le gustaba ir al molino y venir a casa para que mi madre le preparase tostadas de pan centeno con miel. Lo recuerdo con una vieja sotana y una gorra visera todavía más vieja. Recitaba poesías escritas por él y a mí me hizo aprender una muy larga y recitarla, subido a una silla, en honor de la Virgen de Fátima cuando llegó a la aldea en peregrinación por toda la Provincia. La imagen a la que yo dí la bienvenida, se quedó para siempre en la Iglesia de la Parroquia.
Mi primer maestro fue D. José, al cual apodaron "el patiqué" porque cojeaba, me enseñó las primeras letras, pasaba parte del tiempo libre en mi casa y allí seguía enseñándome; lo recuerdo siempre con una gabardina blanca.
A la escuela asistíamos todos los niños del pueblo, mi primo Toño, Enrique, Eleuterio, Román, Carmen, Concha, Ines y después Florencio; eran los compañeros que recorríamos el camino hasta Medos, lugar de la escuela.En invierno, muchas veces las cosas se complicaban ya que teníamos que cruzar el riachuelo con grandes crecidas poniendo a prueba nuestra pericia para no caer al agua y ser arrastrados por la corriente.
 Se fue D. José y vino otro maestro llamado también D. José del que recuerdo su gran religiosidad.Por la tarde nos daba un queso amarillento, que enviaban de los EEUU, era el aperitivo de la merienda que mi  madre me preparaba todos los dias consistente,en un ponche, pan centeno y chocolate o jamón.                   Complete mi formación primaria con mi prima Argelina,  excepcional profesora, que ejercía en la Escuela de Seoane de Argas. Alli asistíamos su hermano Toño ,Enrique y yo. En invierno comíamos y nos calentábamos en la casa de Orfelina propietaria de la casa escuela  .Las castañas cocidas con leche quedaron grabadas en mi mente como  manjar exquisito.                                                                                                         Mi tio Gabino me llevaba todos los años, a San Clodio, a las fiestas de la Virgen del quince de agosto, a casa de mi tía Juanita. Recuerdo a mi primo Mingos, con él vi el tren por primera vez. También me llevaba a Castiñeiro a las fiestas de San Antonio, íbamos a comer a casa de la tía Pilar, madre de Lino y Argelina. Allí había nacido mi abuelo José, hermano del famoso tío Hermenegildo.
Mi padre que no era un hombre de fiestas, sólo asistía al San Ramón de Castrelo; allí comíamos en casa del primo Amable, casa del nacimiento de mi  bisabuela Benita,llamada en toda la comarca, May Benita por su bondad y generosidad,  por ella sentía veneración mi padre.
Las grandes nevadas invernales recluían a las familias en sus casas y los niños disfrutábamos jugando con 
la nieve, haciendo muñecos y grandes bolas que rodaban como una pelota; los días que no  nevaba ni llovía, jugábamos a la billarda, al marro, al fútbol en el cortiñeiro y patinábamos mollón abajo.
Mi padre y mi tío me llevaban a nuestro molino, en donde me enseñaron el oficio de molinero. El molino estaba siempre lleno de grandes sacos de centeno y rodeado de personas y caballerías que acudían a moler, allí se reunían hombres, mujeres y niños esperando su molienda.
Mi madre me llevaba a Cambela, a la casa en donde nació, a ver a mi abuelo, postrado en cama por la amputación  de una pierna, lo recuerdo con una bonita petaca y fumando; también nos acercábamos
a ver a mi tía Amparo, hermana de mi madre, la cual nos agasajaba con rica repostería, como los merengues.
En verano todos los hombres del pueblo descansaban de las duras faenas agrícolas, al mediodía, a la sombra de nuestro padrairo.
Todos los vecinos del pueblo, mayores, jóvenes y  niños, siguen vivos en mi memoria. Me llamó siempre la atención Domingo Castiñeira por su elegante vestimenta, su reloj de bolsillo colgado por cadena de oro en su chaleco y su llamativa pipa, era un gran fumador; me contaba grandes historias, que aún recuerdo, de su estancia en las américas.
El día que cocían el pan con la harina molida en nuestro molino, era una fiesta para mí. 
En verano las grandes faenas del campo: la seitura, la siega de la hierba, la maja, la recolección de la patata  
la vendimia, llenaban mi casa de gente. Las cuadrillas de segadores llegados de los pueblos de Monforte, daban con sus cánticos un aire de fiesta a la aldea.
La seriedad y la bondad de mi padre, la ternura de mi madre y el saber y dejar hacer de mi tío Gabino,
me acompañaron  y siguen acompañándome como recuerdo imborrable de mi gran familia, la cual se preocupaba diariamente de mi educación, inculcándome valores como la austeridad, la generosidad, el respeto y la honradez; creo honestamente que no defraude tales desvelos. A mi madre le preocupaba mucho la educación de sus hijos, no en vano, ella fue educada, en aquella época, por su tío cura, hermano de su madre y padrino suyo, que vivía con ellos y era el párroco de la parroquia.
Aquellas grandes lumbres, aquellas reuniones invernales y veraniegas, de las que aprendí tantas cosas (siempre me gustaba escuchar a los mayores), aquellos juegos infantiles, aquellas casas llenas de gente, aquel cariño de los míos y de los vecinos se acabó y ya no queda nadie que pueda hacer lo que generación tras generación se fue transmitiendo.Desde la perspectiva que da el tiempo transcurrido se me ocurre preguntar ¿Quienes fueron los responsables?
   Me quedan los recuerdos, que son vida, y el orgullo de mis raices que son las señas de identidad de todo hombre.